Estamos viviendo una era digital que lleva una velocidad realmente vertiginosa, con cambios tecnológicos que están transformando radicalmente todos los aspectos de nuestra vida. Desde la forma de trabajar hasta en la manera en la que nos relacionamos con las personas, dejándonos a todos una huella imposible de borrar.
Todo este progreso tecnológico, que se ha visto con buenos ojos durante todos estos años, empieza a plantear desafíos éticos y sociales que requieren una gran atención. Aquí entra el concepto Slow Tech, fundado por informáticos comprometidos con la causa social, que pretende ser el contrapeso reflexivo a la frenética carrera de la tecnología y la innovación.
El concepto se basa en el ya existente Slow Food, que surgió como alternativa a la comida rápida (Fast Food), y que pretendía hacer ver que lo nuevo, barato y con «buen sabor» no siempre es lo mejor, sino que a veces lo correcto se basa en la simpleza de disfrutar de las cosas de toda la vida.
Las consecuencias del mundo digital acelerado
Si bien el avance tecnológico nos ha brindado comodidades y eficiencias inimaginables, también nos ha dado lugar a una serie de problemas que están apareciendo ahora en la sociedad moderna. El aumento de estrés, ansiedad, falta de atención y desconexión social son consecuencias preocupantes de este mundo digital acelerado.
¿De dónde sale esto? ¿Un teléfono móvil provoca ansiedad? El dispositivo en sí, no. La constante conectividad, la presión para estar siempre disponibles y la sobreestimulación de información sobrecargan nuestras mentes y cuerpos. Mantenerse al día con las últimas novedades, responder mensajes inmediatamente, o mantener una presencia activa en redes sociales generan sensación de agobio y fatiga constante.
Esta presión tiene un impacto devastador en la salud mental de las personas, aumentando los niveles de ansiedad y contribuyendo a la sensación de no poder parar en ningún momento, un deber ficticio de que hay que estar siempre «en alerta».
Hay también una paradoja que nos ha generado la tecnología estos últimos años. Gracias a los sistemas podemos mantenernos en contacto con personas de todo el mundo; pues a medida que estamos más conectados digitalmente, a menudo nos sentimos más desconectados emocionalmente. Cada vez nos cuestan más las relaciones cara a cara, que se ven reemplazadas por conversaciones digitales superficiales, que socavan la calidad de nuestras interacciones y habilidades sociales, y contribuye a sentimientos de soledad y aislamiento.
Hablemos también de la falta de atención, de la dificultad para concentrarse en una sola tarea, de la dopamina de la que tanto hablamos ahora.
Nos escucharéis a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) decir que se nos han «frito» los niveles de dopamina, y es que ahora somos conscientes de que los dispositivos y las aplicaciones están diseñadas para captar nuestra atención. Es por esto que cada vez nos es más difícil enfocarnos en una actividad durante un período prolongado. Esta constante fragmentación de nuestra atención no únicamente afecta a nuestra productividad, sino también a nuestra capacidad para disfrutar plenamente de las experiencias y estar presentes en el momento.
Hace poco vi un twit que me hizo mucha gracia, pero que es realmente significativo de lo que estamos viviendo en la actualidad:
(La verdad, que esto me haga gracia hace sentirme un poco boomer)
Pero es cierto, muchas personas ya no podemos sentarnos a ver una serie, leer un libro tranquilamente o simplemente tomarnos un café a solas en una terraza sin sentir la culpa de no ser productivos o eficientes. Tenemos la necesidad de acceder a nuestros dispositivos, hacer cosas «productivas»: trabajar, proyectos personales, estudiar u otros más. ¡Coño, como si desconectar no fuese productivo!
La única forma de desconectar es abrir aplicaciones con videos de pocos segundos o minutos que nos bombardean con estímulos, fusionándonos con nuestros teléfonos durante horas y horas sin darnos cuenta. En TikTok e Instagram, detrás de su popularidad, subyacen estos efectos, donde diseñan sus algoritmos a la perfección y con millones de euros de inversión para maximizar las horas de participación de los usuarios. Esto desencadena consecuencias perjudiciales para la salud mental, especialmente entre los más jóvenes.
Hace unos años se filtró un informe interno de Instagram que revelaba que su algoritmo era especialmente perjudicial para las jóvenes de 14 años, y que promovía estereotipos de belleza poco realistas, fomentando la comparación social. Instagram reconoce en estos informes que el 32% de los adolescentes que se sentían mal por sus cuerpos, la aplicación les hizo sentir peor.
Esto sugiere que las empresas tecnológicas son conocedoras de los efectos negativos de sus algoritmos, pero siguen priorizando beneficios económicos sobre la salud mental y el bienestar.
El Slow Tech como antídoto
El Slow Tech se nos presenta como un antídoto ante estos efectos nocivos de la tecnología acelerada. Es el nombre que le ponemos al enfoque reflexivo y consciente que debemos hacer de la tecnología, poner encima la calidad sobre la cantidad y priorizar el bienestar humano por encima de beneficios económicos. El principal área donde el Slow Tech debe tener un impacto significativo es en la educación y formación de los jóvenes en cuanto al uso de la tecnología.
Prohibir los teléfonos móviles en las escuelas puede parecer una solución rápida, pero no aborda las causas subyacentes del problema. Los dispositivos móviles son una parte integral de la vida cotidiana de los jóvenes (y de toda la sociedad), impedir su uso en las escuelas es totalmente contraproducente. En lugar de prohibir, es necesario educar a los jóvenes sobre el uso responsable y consciente de la tecnología. ¿De qué nos sirve prohibirlos en el instituto, si después fuera de él se pasan ocho horas diarias haciendo scroll en TikTok?
Debemos formar a las nuevas generaciones con conocimientos tecnológicos básicos, con un acervo cultural sólido, con una identidad plena y equilibrada de ellos mismos y que disponga de valores y principios anclados en la ética y en la moral. Esta es la única manera de garantizar un futuro tecnológico seguro, sano y sostenible.
Esto pasa por no centrarse únicamente en el aspecto técnico, sino en el desarrollo de las habilidades sociales y emocionales. Debemos aprender a usar la tecnología de manera responsable, respetando la privacidad y la dignidad de los demás, comprendiendo las implicaciones éticas y morales de todas y cada una de las acciones que hacemos en línea.
Esto no solo concierne a estudiantes y jóvenes, es totalmente relevante para los adultos que se enfrentan a los mismos desafíos en su vida diaria. Tanto adultos como jóvenes, debemos beneficiarnos de adoptar un enfoque más consciente y equilibrado hacia el uso de la tecnología.
Es importante empezar a aplicar estrategias de desconexión responsable. Si bien una detox total puede ser beneficiosa en algunos casos, puede resultar abrumadora o poco realista para muchas personas. Una de las metodologías que se puede aplicar es establecer límites claros, identificando áreas de la vida donde la tecnología cause problemas como falta de atención, estrés o desconexión social, y luego establecer reglas para reducir su impacto.
Parte de la solución és fácil y compleja, como siempre: deporte y cultura como métodos de desconexión responsable. Salir a correr, visitar museos, ir al gimnasio, ver obras de teatro, jugar a fútbol… son muchas las opciones que tenemos para conseguir hábitos de desconexión.
Vuelvo a mencionar que la tecnología en sí misma no es inherentemente buena ni mala; es el uso que hacemos con ella y el propósito con el que ha sido diseñada lo que determina su impacto en nuestras vidas. Somos conscientes de que muchas aplicaciones están diseñadas para impactar negativamente en nosotros, es por eso esta visión más individualista de cómo acabar con estos efectos.
Aun así, tenemos también deberes colectivos que debemos resolver, que pasan por la mano de tecnólogos, informáticos y desarrolladores que trabajamos en el sector.
El papel ético de los desarrolladores en el movimiento Slow Tech
Hemos hablado de los problemas y alguna de las soluciones, pero en el contexto del Slow Tech se hace imperativo analizar el papel crucial que jugamos los tecnólogos y desarrolladores. Debemos ser conscientes de que no solo creamos las herramientas o plataformas que usa la gente a diario, sino que tenemos el poder de moldear la forma en la que la gente interactúa con la tecnología y con las personas.
Debemos asumir una responsabilidad ética en nuestro trabajo, reconociendo este poder de influencia en el comportamiento humano a través de algoritmos, diseños y plataformas digitales. Es un despropósito usar nuestras manos para únicamente optimizar en términos de monetización o en la maximización del tiempo de atención de los usuarios. El bienestar y la salud mental de nuestros usuarios es mucho más importante que los beneficios económicos que podamos llegar a tener.
Quiero destacar el movimiento que han levantado algunos extrabajadores de algunas de las grandes tecnológicas, como Apple o Meta, que abogan por un enfoque más humano y ético del diseño de productos y servicios digitales. Uno de los ejemplos más emblemáticos es el Pin de Humane, una iniciativa lanzada por antiguos trabajadores de Apple que aboga por la creación de una tecnología que promueva la salud mental y la conexión humana.
El Pin de Humane, sea un éxito o un fracaso, ya simboliza un compromiso con valores como la empatía, la atención plena, el diseño centrado en el usuario y de que hay otra manera de crear productos tecnológicos en la industria. Humane incluye prácticas como la inclusión de funciones de bienestar digital, reducción de características diseñadas para generar adicción y fomenta una relación más equilibrada y consciente de la tecnología.
Aunque soy un amante de Apple y su ecosistema, he de reconocer que las gafas Vision Pro suponen un retroceso, es un producto anacrónico. El debate tecnológico ya ha dejado atrás conceptos tan inhibidores de la realidad como este (¿metaverso?), ahora se aboga por soluciones que nos ayuden a que la vida sea más fácil y a que los estímulos no nos la distorsionen [la vida].
El movimiento Slow Tech pretende que con los avances tecnológicos de hoy, y los que salgan, construyamos soluciones tecnológicas simples, fáciles de usar, que nos hagan la vida más fácil. Crear código y aplicaciones es una tarea totalmente artesana, procuremos crear productos con conciencia, funcionales y accesibles.
En el contexto de la programación, a menudo se pasa por alto el aspecto artesanal de la creación de software. Al igual que un artesano cuidadosamente selecciona sus herramientas y materiales para dar vida a una obra, los desarrolladores seleccionamos lenguajes de programación, frameworks y bibliotecas para construir soluciones digitales. Cada línea de código escrita es una decisión consciente, una pincelada en el lienzo digital.
La programación, en su esencia, es un acto creativo. Los programadores no solo resolvemos problemas lógicos, sino que diseñamos experiencias para los usuarios finales. Desde la estructura de la base de datos, hasta la interfaz de usuario, cada aspecto del software requiere consideración cuidadosa y atención al detalle.
Programar es un acto de creación con responsabilidad. Los programadores tenemos el poder de influir en la sociedad, es crucial ejercer este poder de manera ética y reflexiva. Al adoptar los principios del movimiento Slow Tech y reconocer la importancia del arte y la artesanía en nuestro trabajo, podemos contribuir a la creación de un mundo digital más humano, equilibrado, consciente.
Autor
Human. Focused on the digital transformation of society.